Elige el agarre perfecto para viajar con total seguridad

En la era de la automoción inteligente, nos hemos acostumbrado a recitar un rosario de acrónimos tecnológicos que nos prometen una seguridad casi infalible: ABS, ESP, EBD, TCS. Nuestros vehículos están equipados con un arsenal de airbags, sensores y sistemas de asistencia a la conducción que parecen sacados de una película de ciencia ficción. Confiamos en estos guardianes electrónicos para que nos salven de un derrape imprevisto o para que optimicen la frenada en una situación de emergencia. Sin embargo, toda esta sofisticada tecnología, toda esta proeza de la ingeniería, depende de forma absoluta y sin excepción de cuatro pequeñas superficies de contacto, cada una no más grande que la palma de una mano. Son las «zapatillas» de nuestro coche, el único y humilde punto de unión entre una tonelada y media de metal y el asfalto. La conciencia sobre este hecho fundamental es lo que debería guiar cualquier decisión, y es por ello que el acto de comprar neumáticos Pontedeume, o en cualquier otro lugar, trasciende la mera compra de un repuesto para convertirse en una inversión directa en la seguridad de todos los ocupantes del vehículo.

El elemento más visible de esta pieza de caucho, y quizás el más crucial, es su dibujo. Esos surcos y canales no son un mero adorno estético; son una obra de ingeniería diseñada con un propósito vital: evacuar el agua. En un día de lluvia intensa, tan común en el clima gallego, una fina película de agua se interpone entre la goma y la carretera. Si el dibujo del neumático no tiene la profundidad suficiente, no es capaz de desalojar esa agua con la rapidez necesaria. El resultado es el temido aquaplaning, un fenómeno en el que el coche, literalmente, flota sobre el agua, perdiendo por completo la dirección y la capacidad de frenado. Es una de las situaciones más peligrosas a las que se puede enfrentar un conductor. La legislación establece una profundidad mínima legal de 1,6 milímetros, pero los expertos advierten unánimemente que la seguridad empieza a verse comprometida mucho antes. Un neumático con 3 milímetros de profundidad ya ha perdido una parte significativa de su capacidad de evacuación en comparación con uno nuevo. Esperar a llegar al límite legal es jugar con unos márgenes de seguridad peligrosamente estrechos. Una revisión visual periódica, utilizando los propios testigos de desgaste que incorpora el neumático, es un gesto sencillo que puede prevenir un accidente grave.

Más allá de la profundidad del dibujo, la composición química del neumático juega un papel determinante, especialmente en un clima tan variable como el nuestro. No todo el «caucho» es igual. Los neumáticos de verano están formulados con un compuesto más duro que ofrece un rendimiento excelente en asfalto seco y caliente. Sin embargo, cuando la temperatura baja de los 7°C, ese mismo compuesto se endurece, pierde flexibilidad y, con ella, una gran parte de su capacidad de agarre, especialmente en mojado. Por otro lado, los neumáticos de invierno o los denominados «todo tiempo» (All-Season) incorporan en su mezcla un mayor porcentaje de sílice, lo que les permite mantener la elasticidad y la adherencia incluso a bajas temperaturas. Para el conductor gallego, que se enfrenta a inviernos fríos, húmedos y a menudo lluviosos, esta diferencia no es un matiz, es un factor de seguridad de primer orden. La capacidad de un neumático para mantenerse «blando» y adherente en una carretera fría y mojada puede reducir la distancia de frenado en varios metros, una distancia que puede ser la que medie entre un susto y una colisión.

Incluso el mejor neumático del mercado será ineficaz si no se mantiene adecuadamente. La presión de inflado es un factor crítico que a menudo se pasa por alto. Un neumático con una presión inferior a la recomendada por el fabricante se deforma, aumenta la superficie de contacto de forma irregular, se sobrecalienta y provoca un desgaste prematuro y un comportamiento impreciso del vehículo. Por el contrario, una presión excesiva reduce la superficie de contacto, disminuyendo el agarre y provocando un desgaste anómalo por el centro de la banda de rodadura. La recomendación es simple y clara: revisar la presión al menos una vez al mes y siempre antes de un viaje largo, ajustándola a los valores que indica el fabricante en el manual del vehículo o en la pegatina situada en el marco de la puerta del conductor. Este simple gesto, que apenas lleva unos minutos, garantiza que nuestras «zapatillas» pisen de la forma correcta, ofreciendo el máximo rendimiento para el que fueron diseñadas.

La elección y el mantenimiento de estos cuatro elementos de caucho son, por tanto, un acto de responsabilidad ineludible. Son los que traducen nuestras órdenes —frenar, acelerar, girar— en un movimiento seguro y controlado sobre el asfalto. Invertir en unos neumáticos de calidad, adecuados a nuestro clima y en perfecto estado, es la decisión más inteligente que podemos tomar para proteger nuestra vida y la de quienes nos acompañan en cada viaje.