El aire huele a polvo de madera y a la masilla fresca con la que he rematado las jambas. Estoy de rodillas en el pasillo de un piso antiguo en el barrio de la Magdalena, en Ferrol, y el sol de agosto se cuela a través de los ventanales de la galería, dibujando rectángulos de luz en el suelo. Mi trabajo está casi terminado. A mi espalda, una hilera de cinco puertas lacadas en blanco, perfectamente alineadas, esperan el veredicto final: el suave y satisfactorio «clic» de un pestillo que encaja sin forzar.
Mucha gente cree que mi oficio consiste en colgar puertas. Pero es mucho más que eso. Es un trabajo de precisión milimétrica en un mundo imperfecto. Aquí, en los pisos del centro de Ferrol, con sus techos altos y sus paredes que guardan más de un siglo de historia, nada está perfectamente a escuadra. Cada hueco es un desafío. Tienes que medir, rectificar, calzar el premarco con cuñas y tirar de nivel hasta que la burbuja se clava en el centro con una autoridad inapelable. Es una conversación silenciosa entre la madera nueva y la estructura vieja de la casa.
Mi día a día transcurre entre el serrín de mi furgoneta-taller y los hogares de la gente. He instalado puertas de interior en Ferrol modernas y minimalistas en chalets de Doniños y he restaurado portones de castaño macizo en casas de indianos por toda la comarca de Ferrolterra. Cada lugar tiene su carácter, y cada cliente, su ilusión. Porque una puerta no es solo un objeto funcional; es el elemento que da privacidad a una habitación, que aísla del ruido y que, en gran medida, viste y define el estilo de una casa.
La mejor parte de mi trabajo, sin duda, es el final. Cuando he limpiado todas las herramientas y le pido al cliente que pruebe una de las puertas. Ver cómo la abren y la cierran un par de veces, notando ese ajuste perfecto, sin rozaduras, y el silencio exacto con el que se asienta en su marco. En ese gesto y en la sonrisa que lo acompaña se resume toda la satisfacción de mi oficio.
Al terminar la jornada, mientras conduzco por el puente de las Pías con la ría a mi derecha, me siento cansado pero satisfecho. Hoy he dejado cinco nuevos umbrales en Ferrol. Cinco pasajes que separan y unen estancias, y que, con suerte, cerrarán y abrirán miles de pequeñas historias cotidianas. Y lo harán bien.