En la pintoresca localidad de Cambados, famosa por su vino y sus tradiciones, un acontecimiento inusual se estaba gestando. La «fábrica de barcos Cambados» había abierto sus puertas recientemente y, aunque la construcción naval era una actividad conocida en la región, esta fábrica tenía algo que la hacía destacar del resto.
El propietario, Don Ernesto, un hombre alto y de voz atronadora, había prometido que la inauguración de la fabrica de barcos Cambados sería un evento inolvidable. Y, vaya que lo fue. Los habitantes del pueblo, curiosos y expectantes, se habían acercado al muelle para presenciar el espectáculo. Las expectativas eran altas, ya que se rumoreaba que Don Ernesto tenía preparada una sorpresa para todos.
La primera parte del evento transcurrió de manera convencional. Un sacerdote bendijo las nuevas instalaciones y todos aplaudieron cuando se develó el primer barco que había sido construido en la fábrica. Era un barco elegante, con maderas pulidas y un diseño moderno. Sin embargo, lo que todos esperaban era la famosa sorpresa de Don Ernesto.
El momento llegó cuando Don Ernesto pidió silencio y comenzó a hablar sobre la innovación en la construcción naval. Explicó que, además de los métodos tradicionales, quería incorporar tecnologías modernas en el diseño y fabricación de sus barcos. Y fue entonces cuando, de repente, sacó un mando a distancia y presionó un botón.
Para asombro de todos, el barco comenzó a moverse por sí solo. Se deslizaba suavemente sobre el agua, realizando giros y maniobras que dejaron a todos boquiabiertos. Pero eso no fue todo. El barco, gracias a unos potentes propulsores ocultos bajo el agua, comenzó a elevarse lentamente, flotando a varios metros sobre el mar. La multitud no daba crédito a lo que veía. ¡Un barco volador en Cambados!
Las risas y los aplausos resonaron en el muelle. Algunos niños, emocionados, saltaban intentando tocar el barco que volaba sobre ellos. Los más ancianos, incrédulos, se santiguaban, pensando que estaban presenciando un milagro. Y, en medio de toda la algarabía, Don Ernesto, sonriendo satisfecho, guiñó un ojo a la multitud.
Sin embargo, lo que nadie sabía era que, en realidad, el barco no estaba volando por sí solo. Debajo del agua, varios buzos expertos controlaban los movimientos del barco mediante un complicado sistema de poleas y propulsores. Era una broma ingeniosa que Don Ernesto había ideado para impresionar a los habitantes de Cambados y promocionar su nueva fábrica.
Después de unos minutos, el barco volvió a posarse suavemente sobre el agua y los buzos, ya en la superficie, se unieron a la fiesta, recibiendo aplausos y felicitaciones. La fiesta continuó durante horas, con música, bailes y mucha alegría.
Al final del día, mientras el sol se ponía en el horizonte, Don Ernesto, rodeado de amigos y vecinos, levantó su copa y brindó por el éxito de su fábrica y por la maravillosa comunidad de Cambados. La «fábrica de barcos Cambados» no solo había logrado impresionar a todos con su ingenioso truco, sino que también había logrado unir aún más a la comunidad, dejando una historia que sería contada y recordada por generaciones.